El alma y sus deseos
Hablar del alma resulta complejo. Es difícil elaborar un concepto de alma y sobre todo tratar de entenderla o explicarla desde lo intelectual, pues en verdad sólo se comprende desde sensaciones y sentimientos internos, muy profundos e inexpresables.
Podríamos decir que el alma es esa parte de nosotros que sirve de intermediaria entre el cuerpo y el espíritu, entre lo físico y lo Divino, es ese lado sensible del humano que se desarrolla a través del correcto pensar, sentir y actuar, que poco a poco nos lleva hasta el Dios que mora en nosotros mismos.
El alma es la que vive las experiencias necesarias para crecer y evolucionar; por ello va adquiriendo consciencia, siendo ése es el real significado de la expresión que exhorta a “hacernos conscientes”, dado que corresponde al alma aprender a través de diferentes experiencias, para elevarnos cada vez más hasta llegar al Uno, la unión con el Supremo.
En ese proceso evolutivo reencarnamos en este planeta para experimentar en cada vida lo necesario para ir elevando el nivel de consciencia. Y ello requiere pasar por situaciones tanto buenas como “malas”, tanto las positivas como aquellas que consideramos negativas.
Estando en este mundo de dualidades, conocer a lo largo de varias encarnaciones condiciones alegres y tristes, nos provee de la sabiduría, entendimiento y discernimiento necesarios para distinguir entre el bien y el mal, y ejercer nuestro libre albedrío escogiendo la luz o la oscuridad.
Quizás lo anterior explique el porqué de algunas vivencias dolorosas por las que pasamos en esta vida, y que traen tanto sufrimiento.
En esos momentos clamamos a Dios, sentimos que nos castiga o no existe, que la humanidad es mala porque nos han hecho daño y que somos unas pobres víctimas.
Cuando en realidad Dios siempre está con nosotros y nunca nos castiga; somos nosotros los responsables de lo que nos ocurre, no las otras personas ni las circunstancias, y por tanto no somos víctimas impotentes ante lo que sucede.
Difícilmente creemos que ha sido nuestra alma la que ha decidido vivir esa experiencia para aprender y desarrollarse. Por el contrario, culpamos a los demás, a la suerte o a cualquier cosa parecida. De ahí que las vivencias amargas sean tan mal vistas y se nos haga cuesta arriba ver el regalo escondido que traen consigo.
Estoy convencida de que todas las experiencias -absolutamente todas- tienen como fin nuestro bienestar; en especial las más tristes son la fuente de mayor avance, siendo nuestra alma la que elige esa ruta para llegar al aprendizaje requerido. De nosotros depende entenderlo o no, y ahí está la clave para generar mejores circunstancias de vida.
Hace un tiempo me quejaba ante un amigo y guía. Le decía que no tenía sentido tanta búsqueda espiritual si de todas formas había perdido a mi pareja, mi vida no cambiaba, mis “enemigos” me atacaban, y no lograba ninguno de mis deseos.
Dedicarme a las actividades "más tangibles y prácticas del plano material" sería lo mejor para alcanzar mis metas, concluí.
Me respondió que estaba equivocada, porque no entendía que antes de lograr los deseos del mundo físico tenía que conocer los deseos y decisiones de mi alma.
No me pareció lógico en ese momento, pero ahora lo veo distinto y sé que se trata de una gran verdad.
Lo que yo estaba vivenciando fue una consecuencia de mis propias actitudes, y esa misma situación se había reiterado varias veces, cada vez con mayor intensidad aunque con distintas personas y escenarios, debido a que no era consciente de que estaba repitiendo los mismos errores.
El deseo del alma es experimentar, crecer y hacerse más sabia para conectarse al espíritu, y mientras yo repitiera las mismas conductas, la enseñanza indispensable para ese avance no era asimilada. Fue así como aquella "mala" experiencia se convirtió en mi mayor bien, considerando el aprendizaje y el gran crecimiento que ha dejado.
Gracias a Dios, en aquel momento no pude retirarme de este camino espiritual, y esa perseverancia me llevó a situaciones, herramientas y personas que me han ayudado enormemente, contribuyendo a elevar el nivel de conciencia del alma.
Escrito por Glenda González.
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