¿Es posible dialogar con los difuntos?

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay 


La posibilidad de conversar con familiares o amigos fallecidos es algo que llama mucho la atención, y desde tiempos remotos se ha convertido en un deseo capitalizado por muchos médiums. Es común escuchar historias e incluso ver en películas y programas en TV representaciones de personajes mediúmnicos que conversan, de verdad o de mentira, con personas fallecidas. 


Allí siempre está la figura del familiar o amigo, deseoso de saber cómo está el muerto, o de hablar sobre algún tema que no haya quedado resuelto entre ambos. Muchas de estas representaciones resultan un tanto caricaturescas, lo que ha contribuido a generar mayor escepticismo alrededor del tema. 

En varias ocasiones he visto un programa de televisión, titulado Long Island Medium (en español “La médium”), donde una estadounidense hace un reality show a partir de su capacidad para escuchar a personas fallecidas. 

Según cuenta, se trata de un “don” que posee desde siempre y que ahora le sirve para ayudar a muchas personas. En la mayoría de los episodios la psíquica dice sentir constantemente los mensajes de los difuntos, algo que -según ella- se acelera cuando está cerca de las personas. Es por eso que el programa se enfoca en la forma cómo ella recibe los mensajes de los difuntos con solo estar en contacto con el familiar o ser querido vivo. Las conexiones se establecen en cualquier lugar y en cualquier momento, de forma inesperada e incontrolable.

Aprovecharé algunos elementos de este programa para aclarar algunas cosas sobre esta capacidad.

En varios artículos de Argos en la red se ha tocado el tema de la mediumnidad, vista como una capacidad para establecer comunicación con el plano astral, en niveles diferentes a la tercera dimensión. 

Debido a ello, muchas personas pueden establecer contacto con seres de otros planos, ajenos al físico. Sobre ello, los artículos resaltan que no se trata de un don especial que hace a la persona más espiritual, sino de una capacidad energética que debe aprender a manejarse adecuadamente, ante el riesgo de quedarse estancado en el proceso evolutivo.

Lamentablemente, para la mayoría sigue siendo más atractivo comunicarse con “otros mundos” por estas vías, tomando el hecho como algo misterioso y sobrenatural, sin entender y analizar lo que sucede realmente en estos casos. De esta forma, el interés por el fenómeno prevalece por encima del discernimiento espiritual.


¿Médium o canalizadora?


Volviendo a la historia de Theresa Caputo, la médium de la TV, vale destacar que tal como se presenta en el show, ella no es una médium sino una canalizadora. El médium se caracteriza por permitir que una entidad del astral tome su cuerpo, lo cual no ocurre en este programa, donde la mujer simplemente escucha lo que el difunto le dice y se vale para ello de la energía del familiar o amigo del fallecido. 

Se trata en este caso claro de clariaudiencia astral, aunque existen elementos en el programa que llaman la atención y que no son usuales en procesos de canalización, como el hecho de andar por la calle en conexión astral permanente, como se muestra en el programa. 

Las canalizaciones y comunicaciones con otros planos consumen mucha energía y generan cansancio. No se puede permanecer en ese estado constantemente. Probablemente este supuesto solo sea un mecanismo que forma parte del show. Busca generar mayor dramatismo y llamar la atención de los televidentes. 

En su show, Theresa Caputo comienza a canalizar mensajes de personas fallecidas con solo entrar en contacto con el familiar. Algunos críticos señalan que estos "dones" son exagerados a fin de obtener mayores ganancias económicas. Fuente: Twitter.com

¿Cómo se establece conexión con seres fallecidos? 


Recordemos que al momento de fallecer, los diferentes cuerpos que componen el aura se van disolviendo paulatinamente. 

Primero muere el cuerpo físico, ese que enterramos o cremamos; luego el cuerpo etérico, el de la vitalidad, que se va disolviendo con los días. Muchas veces es posible observar el espectro de ese cuerpo al poco tiempo del fallecimiento de la persona. Algo que muchos califican como aparición fantasmal. Lo normal es que esta aparición también deje de verse.

Seguidamente, el cuerpo astral (el emocional), la tercera capa del aura, estalla en pedazos. Quedan así fragmentos astrales en descomposición, cada uno con vida y frecuencia propia. De esta forma, en función de las emociones que hayan predominado en nuestra vida, los fragmentos conservan memorias de amor, odio, tristeza o alegría, e incluso de gustos y preferencias (comidas, bebidas, conductas, etc.).

Sobre este proceso de fragmentación del cuerpo astral, Samuel Sagan, en la publicación titulada "Entes, Parásitos del Cuerpo Energético" explica lo siguiente: 

"Viéndolo como una experiencia, el estallido del cuerpo astral después de la muerte resulta ser bastante dramático. Aquí, usted se encuentra flotando en el espacio astral, siendo despojado de la sustancia astral que tenía en vida. Usted ve como aquella parte de su ser que hablaba japonés se desprende y emprende vuelo en una dirección. Luego ve como otro pedazo, al que le gustaba tocar el oboe, se desprende y emprende su propio vuelo. Y luego, ve como aquella parte a la que le encantaba el sexo se desprende y sigue su propio camino. Todos estas partes son como extremidades de su cuerpo astral que se desprenden y empiezan a flotar en el espacio. Además de estos fragmentos principales, una fracción importante de su cuerpo astral se derrumba y convierte en polvo que se esparce en el espacio astral universal".

"Cualquier disposición mental o emocional intensa crea un fragmento", según lo que expone Sagan, agregando que es la intensidad la que favorece la cristalización de estos pedazos.  Acota entonces que al observar las 'intensidades astrales' (emociones, deseos, etc.) de la mayoría de la gente a nuestro alrededor, fácilmente nos daremos cuenta de qué es lo que los fragmentos correspondientes querrán después de la muerte. 

Este ejercicio es válido para la auto-observación, considerando aquellas cosas que más nos gusta hacer, nuestros hábitos y costumbres y nuestra tendencia emocional. Si vivimos la mayor parte del tiempo en ira, por ejemplo, pues ese fragmento será uno de los que cristalizará en el astral al momento de nuestra muerte. 

No hay comunicación con el ser fallecido, sino con sus fragmentos


Entre esos fragmentos (disposiciones mentales y emocionales) siempre estarán aquellos ligados a las emociones, buenas o malas, que compartimos con los demás: parejas, amigos, familiares y seres queridos, incluyendo aquellos no tan queridos y los enemigos. 

En consecuencia, el amor o el odio hacia otras personas quedarán flotando como parte de esos fragmentos astrales en la cuarta dimensión (4D), en tanto hayan sido sostenidos con gran fuerza a lo largo de la vida. Además, en la medida en que la energía que los alimenta siga viva en el astral, estos fragmentos permanecerán. 

Es así como el amor y el afecto que seguimos sintiendo por nuestros amigos y familiares fallecidos sigue vivo en nuestra aura, en forma de un fragmento astral que se fortalece mientras alimentamos el lazo que nos une a esas otras almas. Aquí posiblemente intervengan también aspectos relacionados con las familias de alma y los lazos kármicos, pero estos son temas para otro escrito.   

Cada fragmento astral, de acuerdo a la fuerza de su vibración comienza a resonar con acumulaciones del plano astral que vibren en esa misma frecuencia, con lo cual estos fragmentos pueden  también conformar aglomeraciones astrales vinculadas a las emociones que le dan vida (amor u odio). Pueden llegar a formar parte también de egrégores individuales o colectivos.

Es así como se hace posible la clariaudiencia astral que antes mencionamos en el caso de Caputo. Aquellas personas con capacidad psíquica -no necesariamente espiritual, tal como se explica en el artículo que escribí "Acerca del psiquismo"- perciben y se comunican con estos fragmentos astrales vitalizados. 

Ahora bien, ¿eso es sinónimo de evolución espiritual? Considero que la respuesta es un no contundente, porque la aparición de esas facultades está mostrando apenas un despertar de los sentidos, más allá de los que conocemos en el mundo físico, muy propio del tono vibratorio de la Nueva Era.

Puede presentarse igualmente la clarividencia (ojos), la clarisentencia (sensaciones), y hasta la telekinesis (movimiento de objetos y levitaciones). Estos últimos son posibles cuando el fragmento ha sido muy vitalizado, es decir, que ha tomado la energía suficiente de los humanos como para poder actuar en el plano físico. 


La actriz Whoopi Goldberg se hizo famosa en la década de los 90 al representar,  en la película "Ghost: el fantasma de un amor", a una falsa psíquica que terminó descubriendo su capacidad para la clariaudiencia astral. Fuente: elcomercio.pe

De más está señalar que en incontables ocasiones estas "comunicaciones astrales" son falsas. Algo que ocurre con frecuencia con el tema de la mediumnidad y las canalizaciones es que muchas de estas personas solo buscan ganar dinero  a costa de la necesidad emocional que tienen muchos seres que desean comunicarse con sus seres queridos fallecidos. 

En el caso de Theresa Caputo se han presentado numerosos cuestionamientos. La mujer ha obtenido ganancias económicas sustanciales con su show, presentaciones en vivo y hasta publicando libros sobre el tema

Se han hecho públicos  varios relatos sobre la supuesta falsedad de su "don" en los cuales cuentan cómo obtiene información previa de las personas a las que habla de sus seres queridos fallecidos. Si no es así se hacer ver que, por lo menos, hay una exageración mediática de su capacidad psíquica con el fin de poder mantener vigente el programa televisivo por varios años. 

Una de las críticas me parece fundamental, pues sirve para entender la diferencia entre los niveles de conexión y la verdadera espiritualidad. El mensaje lógico que daría un maestro se dirige más bien a no fomentar la comunicación con los difuntos, dejarlos permanecer en su lugar correcto y aceptar su paso a otro plano. 
         

Escrito por Glenda González 


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