El aura y sus características
Los estudios cada vez más numerosos realizados respecto al aura demuestran que debe ser parte de los conocimientos necesarios para autoconocimiento personal. A través del aura, el campo de energía que emanamos, descubrimos nuestro verdadero estado interior. Podemos saber tanto las cuestiones más materiales como las más espirituales.
El aura no existe como un ente aislado de los aspectos mental, emocional, físico y energético de un individuo. Más aún, su textura, color, forma, tamaño y estructura vibracional dependen de cómo se distribuye el conjunto de la energía en los diferentes planos.
Incluso, hasta nuestras vibraciones más secretas, seamos conscientes de ellas o no, pueden contribuir a determinar sus características, así como la variedad de experiencias que hallamos asimilado o dejado de asimilar durante nuestro proceso evolutivo.
Por esto, es importante ser conscientes de que a través de este sistema de protección energético es como atraemos o rechazamos sensiblemente aquello que concuerda o no con nuestra visión particular del mundo, y que varía según los aprendizajes propios.
Por ejemplo, una persona cuyos sentimientos, pensamientos y emociones están constantemente alimentando una baja autoestima, "captará" a través de su energía a individuos, situaciones y experiencias que se hallen en su misma "frecuencia", retroalimentando una y otra vez aquellos puntos energéticos, tanto positivos como negativos, que determinan las características de su aura.
En este sentido, los pensamientos negativos, la falta de perdón, las relaciones enfermizas, así como la rabia y el rencor contenidos, entre otros, actúan como intensos bloqueadores de experiencia, al impedirnos atraer a nuestras vidas aquellas cosas que deseamos. Sin embargo, la misma cualidad de bloqueo sirve a su vez como indicador de la experiencia necesaria en determinado momento de vida.
Al aprender a trabajar sobre nuestros campos energéticos, detectando y equilibrando las zonas de nuestra aura que están cargadas de turbulencia, es decir, donde el aura pierde su armonía, luz, cambia de color, o se deforma, descubrimos un poco más sobre nosotros mismos y sobre las esferas de nuestra realidad que, si bien desconocemos, no dejan de incidir notablemente en nosotros.
Si pudiéramos observar el lento recorrido de nuestra energía a través de los planos físico-etérico, mental, y emocional, y ver cómo determinan nuestro grado de protección y/o desprotección energético, veríamos cómo siempre se condicionan entre sí.
La forma normal del aura es ovoide, con un radio que oscila entre 60 y 90 cm a nuestro alrededor. Mayor extensión implica gran radiación hacia el entorno, menor dimensión implica contracción. Lo recomendable es que se mantenga en los márgenes ya indicados.
Dependiendo de nuestras emociones, experiencias pasadas, presentes y futuras, y los tipos de pensamientos que mantenemos, la forma del aura puede variar.
El lado trasero del aura se refiere al pasado, el delantero al futuro, el izquierdo a nuestras manifestaciones femeninas, o yin, y el derecho a las masculinas o yang. La parte superior remite a nuestra conexión con lo Divino y la inferior a la conexión a tierra.
Cualquier contracción o expansión excesiva en alguna de esos lados tiene que ver con la mayor o menor atención que dedicamos a esos espacio-tiempo y su grado de equilibrio; ello muestra qué tanto nos dedicamos al pasado, al presente, al futuro, a lo espiritual, a lo material, a nuestra esencia yang y a nuestra esencia ying.
El aura puede presentar manchas, nubes, desgarros, huecos, bultos, densificaciones, cordones y bloques energéticos que indican las cargas, apegos y obstáculos en cualquiera de los espacio-tiempo explicados, e informan sobre las experiencias, emociones y pensamientos que existen en nuestro pasado-presente-futuro y que influyen en el aquí y el ahora que estamos vivenciando.
Trabajar en su limpieza ayuda a mejorar su aspecto y a liberar las experiencias negativas reprimidas en su campo (Ver en nuestra sección de Herramientas "la limpieza del aura").
Escrito por Glenda González
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